Porque rechazamos el MAIZ TRANSGÉNICO


(nota de Compañera Sheila)
El maíz, ocupa el primer lugar dentro de los cereales producidos a nivel nacional donde casi un 80% de la producción nacional extensiva y mecanizada se da en los llanos de Santa Cruz (70%) y el chaco (10%). Este grano es destinado principal (al igual que la soya) a la alimentación avícola y porcina a gran escala. El otro 20% corresponde a siembras en parcelas de medianos y pequeños campesinos e indígenas a lo largo de todo el país con

una variabilidad genética alta (más de 80 accesiones de maíces nativos solo en el Chaco Boliviano, según el Dr. Tito Claure-Coordinador Nacional del Programa Maíz del INIAF) y CON DESTINO

PRINCIPAL PARA EL USO TRADICIONAL EN LA ALIMENTACIÓN DIRECTA DE LAS FAMILIAS, con residuos vegetales destinados para alimentación de ganado bovino criollo y parte de grano para la alimentación de animales menores. Lo que resalta de esta situación es que las familias productoras de maíz tienen:

• CONTROL Y PODER sobre su SEMILLA, la pueden producir libremente, conservar o intercambiar sin costo económico adicional.

• Tienen control y poder sobre la forma de producir (CONOCIMIENTO Y TECNOLOGÍA) con esta semilla.

• Las variedades de semillas nativas o acriolladas, forman parte de la cultura alimentaria de las familias indígenas y campesinas en Bolivia.

El tener control y poder de decisión sobre los recursos productivos (semilla, suelo, agua, mano de obra, conocimiento y tecnología) ES LA BASE PARA LA SOBERANÍA ALIMENTARIA.

La producción y venta de semillas transgénicas están en manos de multinacionales (Monsanto, Gargill y otras), que al margen de ser modificadas genéticamente tienen la cualidad de que cada año el productor debe adquirirlas porque no la puede reproducir. Además debe comprar el paquete de agroquímicos y fertilizantes adicionales y con ellos también adquirir el conocimiento para usar esta tecnología. Esto genera dependencia a todo nivel.
Lo delicado de dar legalidad al maíz transgénico ya introducido en el país, es también el riesgo de que gran parte de las variedades nativas destinadas a la alimentación directa de las familias campesinas e indígenas y que son sembradas en la zona de valles, chaco y llanos, estén siendo potencialmente afectadas por erosión genética dado el tipo de reproducción de la planta de maíz (Esto por ejemplo no se da en la soya). Esta situación ya se vivió y se consolido en México donde la riqueza en la agrobiodiversidad ha sido afectada y se ha demostrado que la introducción de transgénico y el cambio de variedades por estas semillas no abarato los alimentos sino que ha generado una problemática social difícil de medir. 

Esta situación no solo toca el debate del uso o no de transgénicos, sino el efecto de los procesos de homogenización de los hábitos alimentarios y los sistemas productivos agropecuarios mediante el consumo de enlatados, comidas rápidas y productos agroindustriales (fideo, azúcar, aceite y otros) no solo en la población urbana, sino también en la población rural, ocasionando la disminución de la diversidad y cultura alimentaria y la pérdida directa de la soberanía alimentaria de las comunidades rurales debido a que los pequeños productores están re-diseñando los sistemas de producción, inclinándose a producir los cultivos que demanda el mercado de los alimentos procesados, para de esta forma tener los ingresos que les permitan acceder a estos nuevos productos de su dieta familiar.


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