El modelo transgénico y político en Bolivia
Rafael Sagárnaga
Entre lobby y lobby, en cuestión de nueve años, paulatinamente se va sellando una alianza entre “defensores” y “destructores” de la madre tierra. Bien podría también definirse como pacto entre “socialistas quechua-aymaras” y “oligarcas del oriente” o entre “avasalladores” y “separatistas”. Al menos esos fueron algunos de los adjetivos que unos y otros intercambiaron en su otrora tormentosa relación. Eran tiempos de “la era del gas”, la era de la “nacionalización”, de la bonanza gasífera, de los altos precios mundiales de los hidrocarburos y minerales. Eran.
“Llegó la era del campo”, dijo este miércoles 13 de marzo Marcelo Pantoja, el presidente de la Asociación Nacional de Productores de Oleaginosas (Anapo). Repetirá la consigna ante los periodistas durante los siguientes tres días. “Es la hora del campo”, repetirá también Reynaldo Díaz, el presidente de la Cámara Agropecuaria del Oriente (CAO) y expresidente de Anapo. Y la repetirá Alberto Alpire, secretario de Desarrollo Productivo de la Gobernación de Santa Cruz y exdirigente de los empresarios ganaderos. Y, claro, la repetirá más veces aún Gary Rodríguez, gerente de Comunicación del Instituto Boliviano de Comercio Exterior (IBCE), principal vocería de las organizaciones y empresas ligadas a la agroindustria.
Lo hicieron durante la Exposoya 2019, la cita anual más importante del sector, pero sobre todo lo dijeron en vísperas de una de sus victorias más sonadas: aquella que le dobló el brazo a un Gobierno prolífico en discursos críticos contra el capitalismo, las transnacionales y la destrucción del medio ambiente. Un Gobierno cuyo presidente llegó a señalar, hace dos años, que “más importantes son los derechos de la madre tierra que los derechos humanos”. Un Gobierno que impulsó la aprobación de una Constitución Política y una Ley de la Madre Tierra que condenan específicamente el uso de organismos transgénicos.
TRES DÍAS DE CAMPAÑA
Fueron tres días de Exposoya en un ambiente de intensificadas demandas públicas al Gobierno: “La liberación de la compra de transgénicos que pedimos hace 12 años para soya, caña, maíz y algodón”. A ese pedido se sumó un pliego de pedidos que añadía la rebaja del precio de la urea que produce sin mayores mercados el Gobierno. Los productores justificaron la demanda en los problemas climáticos, especialmente sequías, que castigan a la zona por tercer año consecutivo.
Sin embargo, resultó inusual la cobertura de los medios de comunicación gubernamentales y progubernamentales a la cita empresarial. Reporteros y camarógrafos de Red Patria Nueva, ABI, Bolivia TV, Abya Yala, ATB, etc. participaron activamente con una pregunta inicial a los productores, grandes y chicos, casi calcada: “¿Qué precisan para enfrentar los problemas climáticos que afectan al sector?”. También la respuesta resultaba coincidente: “Que nos permitan importar nuevos tipos de semillas transgénicas”.
Y al mismo tiempo, la Exposoya se hallaba impregnada de un inusual optimismo. “Seguiremos negociando, aunque no creo que nos nieguen la demanda, ya sólo falta un empujoncito”, declaró Pantoja. Respondió así cuando se le preguntó qué haría el sector ante una nueva negativa gubernamental, por doceavo año consecutivo. “El cuero ya está estirado hasta el último —respondió a su vez Alpire—. Para que haya crecimiento al Gobierno sólo le queda impulsar el campo. La época del gas y la minería ya era. Aunque hallen más gas hoy, pasarán años para que puedan exportarlo”.
OTRA ALIANZA SORPRESIVA
El “último empujoncito” empresarial contó además con otro refuerzo novedoso a manera de avanzada de infantería. Se trata de dos sectores tradicionalmente cercanos al Gobierno y en su tiempo beligerantemente enfrentados a la Anapo y la CAO: la Cámara Agropecuaria de Pequeños Productores del Oriente (Cappo) y la Federación Sindical Única de Campesinos Productores Agropecuarios de las Cuatro Provincias del Norte de Santa Cruz (Fsutcpa 4PN). Aunque sus siglas son inversamente proporcionales a la cantidad de tierras y poder económico que detentan, tan sólo el 8 por ciento de la producción de soya.
Ambos sectores, liderados por Isidoro Barrientos y Daysi Choque, respectivamente, respaldan una también sugerente concepción del amor a la naturaleza vertida desde la cabeza de la Anapo. Fue descrita por Pantoja el viernes 14, cuando invitó a almorzar a una de sus propiedades (San Jorge, con sus 2.600 hectáreas y sofisticados sistemas de agricultura de precisión) a la delegación de prensa. “Acá trabajo desde hace más de 20 años y produzco cada vez más y mejor soya —dijo—. Hago rotación de cultivos, esto nunca deja de producir. Aquí quiero que produzcan mis hijos y mis nietos. Eso para mí es respetar y amar a la Madre Tierra”.
En ese marco, esta vez no hubo mayores críticas al Gobierno, las cargas verbales de empresarios, autoridades y voceros se concentraron en un sector: las organizaciones ambientalistas y ecologistas. “Su negocio es vivir de los pobres”, “son ignorantes”, “hablan absurdos, estupideces” fueron algunos de los “piropos” antiambientalistas, durante los tres días.
Los gestos amables y guiños entre el empresariado agropecuario y las autoridades gubernamentales se volvieron aún mayores el sábado 15 en el acto central de la Exposoya. “Las autoridades (departamentales), nuestros dirigentes de la Anapo y las filiales están seguros de que el Gobierno nacional dará una respuesta a la altura y a la medida de las necesidades de todos los productores. Eso sin duda alguna”, señaló Pedro Damián Dorado, viceministro de Desarrollo Rural”. Las palabras fueron saludadas por el gobernador Rubén Costas quién recordó ser “un hombre parido del sector “. Costas fue dirigente ganadero.
En la ocasión, el Gobernador cruceño, tras recordar que ya no será candidato al cargo, se sumó a otro de los estribillos repetido por los empresarios del agro: “el modelo paraguayo”. “Sabemos que Paraguay despegó gracias a la biotecnología”, destacó. Incluso saludó a una empresaria de esa nacionalidad presente en la ocasión, destacando ese crecimiento.
El “modelo paraguayo” ha sido también frecuentemente elogiado por Gary Rodríguez en diversas columnas y declaraciones. Destaca los niveles de crecimiento récord que tuvo el Producto Interno Bruto (PIB) de aquel país basados en la siembra de soya transgénica y el uso de biotecnología sofisticada, producción ganadera, la construcción de mega represas y el flujo de capitales inmobiliarios especulativos. Paraguay además proyecta la industria de los biocombustibles avanzados para este año.
EL PACTO DE VIRU VIRU
Y el nuevo empujoncito hacia el “modelo paraguayo” de desarrollo llegó el lunes 16 de marzo en lo que podría llamarse el “pacto de Viru Viru”. Nada menos que el presidente Evo Morales, el vicepresidente Álvaro García Linera y seis ministros de Estado se reunieron en la sala VIP de ese aeropuerto con los ejecutivos de la CAO y la Anapo. Aceptaron, pese a las evidentes contradicciones legales, autorizar el ingreso de un nuevo tipo de semilla transgénica (la BR4, resistente a la sequía) y la rebaja en los precios de la urea. Fijaron además las bases de una complementación Gobierno-empresarios para ampliar la producción de biocombustibles.
Según autoridades y empresarios, con biodiésel y etanol se ahorrarán hasta 400 millones de dólares de las actuales importaciones. Los empresarios auguran así la esperanza de llegar a un modelo que explote cuatro o más millones de hectáreas (hoy son 2,1 millones con soya y productos complementarios). Y aseguran que podrían impulsar un crecimiento del PIB que supere el 6 por ciento (hoy marca el 4,7 por ciento).
RESPUESTA ECOLOGISTA
Tras el pacto y los cambios de frente no tardaron las críticas de los sectores más aludidos. Al menos seis organizaciones ambientalistas cuestionaron desde la base legal hasta la viabilidad de los resultados económicos prometidos. Todas remarcaron los no desmentidos riesgos para la salud humana que recurrentemente se denuncian sobre los transgénicos. También recordaron coincidentemente los altos niveles de deforestación y destrucción de zonas biodiversas en el décimo país más biodiverso del mundo.
Manuel Morales, de Bolivia Libre de Transgénicos, adelantó que incluso el consumo de biodiésel derivará en la generación de productos tóxicos para la salud humana. Gonzalo Colque, de la Fundación Tierra, así como Miguel Crespo, de Probioma, explicaron que la producción de los biocombustibles no generará el anunciado ahorro económico que la justifica. Freddy Álvarez, de Acción Humanista Revolucionaria (AUR), denunció “una movida que sólo busca el pago a las proveedoras de agroquímicos y las transnacionales que financian a organizaciones como el IBCE”. Todos recordaron las constantes denuncias que surgen en los 26 países que han autorizado la producción de transgénicos sobre daños a la salud.
La polémica por el agrotóxico glifosato, ligado a los transgénicos, y otros de amplio uso en el agro boliviano volvió a avivarse. Crespo lanzó una denuncia adicional: “Bioceres (la proveedora del nuevo transgénico) necesitaba de un país que autorice el evento Hb4 para abrir sus mercados. Bolivia se sacrifica para el beneficio de una empresa que tiene como accionista a Monsanto- Bayer. Y esta transnacional suma ya 11 mil demandas por cáncer”.
Y casi coincidentemente, entre las noticias internacionales, se anunció el 19 de marzo, que un jurado de Estados Unidos declaró que el herbicida Roundup (ampliamente usado en Bolivia) de Monsanto contribuyó al cáncer del septuagenario Edwin Hardeman. El veredicto se constituyó en el segundo golpe al gigante agroquímico, que ya fue duramente castigado en un caso similar el año pasado. En agosto el grupo había sido condenado a pagar 289 millones de dólares a un jardinero enfermo de cáncer.
Y en cuanto al elogiado modelo de Paraguay, el tercer país con más pobres de Sudamérica, no todos precisamente lo destacan. “Debemos partir de la constatación de que crecimiento no necesariamente es desarrollo —declaró a OH! Oscar Rivas, exministro paraguayo de Medioambiente—. Eso está absolutamente demostrado con los indicadores de pobreza (hoy 28,8 por ciento) que han aumentado en Paraguay. Tenemos un crecimiento sostenido en los últimos 10 años, sin embargo hay un aumento también sostenido de la pobreza. ¿De qué sirve un crecimiento basado en indicadores ineficientes como el PIB si no conseguimos desarrollar a nuestras sociedades, sino todo lo contrario?
Y entre la renovada polémica que enfrenta a ecologistas con Gobierno y empresarios, queda pendiente saber la nueva talla del modelo de la madre tierra. Eso a siete meses de las nuevas elecciones presidenciales.
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