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El maíz, una historia de 9.000 años



Junto con el trigo y el arroz, el maíz es uno de los cultivos más importantes del planeta, ya que es una fuente significativa de alimento para el hombre y sus animales domésticos. 

Es el alimento adorado y básico de las culturas de Mesoamérica y los Andes, pertenece a la familia de las gramíneas. Este cereal se ha propagado en todo el globo terráqueo, desde el sur de Chile hasta el Canadá, 50 grados norte, pasando por la región montañosa andina y tropical de Bolivia donde crece muy bien. La clave de su éxito se dio indudablemente por su asombrosa multiplicidad de formas, hábitos y sus características genéticas.

Conozca una nota importante del biólogo MÁXIMO LIBERMAN C.

La larga interacción entre las comunidades humanas nativas y los recursos biológicos presentes en su entorno dejan ver el carácter especial de este binomio en la región.

A pesar de la relativamente tardía aparición de la especie humana, en el área ecológica latinoamericana, dos de los ocho centros de origen y domesticación de plantas se encuentran en esta región. Dichos centros corresponden al de origen y domesticación del maíz (Zea mays) en el sur de México considerando esa zona como el principal centro de origen, en Mesoamérica y el de la papa (Solanum tuberosum) en las regiones andinas de Perú y Bolivia.

La historia de Mesoamérica, y de lo que hoy llamamos México, contiene una de las más maravillosas historias de la domesticación del maíz por la mano humana para generar decenas de razas mayores, distintas entre sí, y con gran variabilidad dentro de éstas y que despliegan un impresionante rango de distribución y versatilidad de sitios que van desde los próximos al nivel del mar hasta 3.810 m sobre el nivel del mar, orillas del lago Titicaca, y desde lugares semiáridos hasta zonas tropicales de gran pluviosidad como lo es la cuenca amazónica y la región chaqueña.

Los especialistas calculan que la domesticación del maíz sucedió en algún tiempo entre hace unos 9.000 y 6.200 años.

Los campesinos, mediante la implementación de una serie de ensayos de prueba y error, manejo, protección y domesticación que se fundan en el conocimiento tradicional de pobladores indígenas, lograron que un conjunto de pastos, los teocintles, se transformaran y se convirtieran en lo que conocemos actualmente como la planta del maíz y sus múltiples formas y variedades obtenidas.

Fue un intenso y laborioso trabajo de creación colectiva realizado por los campesinos e indígenas, que les tomó mucho tiempo investigar; todo el fundamento y productos de culturas y sociedades a través de la historia. Este proceso refleja la historia de los pueblos y especialmente de sus mujeres, quienes fueron sus creadoras iniciales y que se han mantenido a través del tiempo como sus principales guardianas y mejoradoras de las semillas. En ese sentido, las semillas de maíz generadas son mucho más que un recurso productivo, son simultáneamente fundamento de culturas y sociedades a través de la historia. En ellas se incorporan valores, afectos, visiones y formas de vida.

Es necesario reconocer esas actividades, valorarlas y compensarles adecuadamente. Esa interacción entre los humanos y la biodiversidad vegetal se refleja hoy en la gran variabilidad cultural de las civilizaciones habitantes de Meso y Latinoamérica, que ahora constituye un valioso patrimonio alimenticio de los pueblos, al servicio de la humanidad.

El maíz ha sido la base, desde hace miles de años, del sustento en los territorios de las Américas. Los maíces bolivianos fueron clasificados en 77 complejos raciales, 45 razas y centenares de variedades.

Una larga interacción entre poblaciones de comunidades indígenas nativas y los recursos biológicos de su entorno dejan ver el carácter especial de este binomio en la región. A pesar de la relativamente tardía aparición del hombre en el escenario en América Latina, investigadores han determinado que se tendrían tres centros de origen y domesticación secundaria, uno en Centroamérica y otro en el triángulo Brasil (Mato Grosso, Bolivia y Paraguay). Gracias al trabajo colectivo y colaborativo de los campesinos indígenas, que fueron seleccionando cuidadosamente a lo largo de varias generaciones los granos de los “teocintles”, la materia prima originaria sobre la cual ha trabajado la mano humana que tenía las características óptimas, y se generó la planta del maíz con el pasar del tiempo.

Los genetistas indican que son un pequeño grupo de genes que han experimentado mutaciones que son las responsables de las diferencias entre el teocintles y el maíz en lo que se refiere a la ramificación, tamaño del grano, presencia de vainas y fragmentación de las semillas. Estas mutaciones causadas por el trabajo humano hicieron que el maíz, a diferencia de los teocintles, no pudiera propagarse por sí solo.

Los mecanismos naturales de dispersión dejaron de funcionar. El maíz necesita que el ser humano intervenga, que desgrane las mazorcas para que sus granos puedan germinar y crecer saludablemente.

El antropólogo mexicano Guillermo Bonfil Batalla (1935-1991) afirmó: “El maíz es una planta humana, cultural en el sentido más profundo del término, porque no existe sin la intervención inteligente y oportuna de la mano de los campesinos. No es capaz de reproducirse por sí misma”.


La agricultura es un invento de múltiples poblaciones humanas, pueblos y civilizaciones en diferentes regiones del mundo desde hace miles de años, especialmente en las regiones tropicales y subtropicales de Asia, América y África. Es el fruto de generación de conocimiento, innovaciones y prácticas, trabajo colectivo y acumulado por miles de generaciones de agricultores. La diversidad de especies y variedades que hoy sustentan la agricultura y la alimentación del mundo son el resultado de un largo proceso de domesticación, selección y mejoramiento de especies silvestres y cultivadas.

Es incuestionable que el maíz requirió el trabajo humano para germinar, y que lo sigue requiriendo para subsistir. En ese sentido, es una planta domesticada por los indígenas. Pero también es cierto que las personas de Mesoamérica necesitaron y actualmente necesitan del maíz para persistir. El maíz ha sido la base, desde hace miles de años, del sustento de las personas que habitan en los territorios de las Américas.


Y, por eso mismo, se volvió clave no sólo para la economía, sino para dar forma a toda una visión del mundo. Las culturas mesoamericana y latinoamericana no se pueden comprender sin la presencia y el sostén del maíz.

En Bolivia se cultiva hasta los 3.800 msnm. Los maíces bolivianos fueron clasificados en 77 complejos raciales, 45 razas y centenares de variedades, considerando como raza a una población con características comunes que ocupa un área geográfica definida y que ha sido seleccionada para finalidades utilitarias definidas y con características morfológicas y fisiológicas comunes, como los complejos raciales Alto Andino, Amazónica, Perla, Morocho, Harinoso de los Valles Templados, Pisankalla y Cordillera.

El manejo tradicional del maíz va relacionado al uso y multiplicación de la biodiversidad y se contrapone al monocultivo asociado a la utilización indiscriminada de pesticidas y transgénicos del agronegocio, modelo que se complementa con la homogeneización y privatización de semillas y la estructuración del consumo modificando hábitos alimenticios, hacia unos pocos alimentos industriales o productos chatarra que terminan con la salud de la gente.


En el caso de Bolivia, la Ley de Reconducción Productiva Comunitaria ha incorporado la prohibición de cultivos transgénicos de los cuales la región andina es centro de origen o de diversidad, quedando el maíz transgénico definitivamente prohibido en Bolivia.


La producción de maíz nativo está concentrada en la agricultura tradicional, siendo las comunidades indígenas campesinas las que principalmente conservan las variedades nativas y que las producen mediante técnicas tradicionales ancestrales, en distintos pisos ecológicos.

En este contexto de amplia riqueza y dispersión, el maíz nativo cumple un papel fundamental en las dinámicas de soberanía alimentaria a nivel local y nacional, por ser el alimento básico de comunidades campesinas, indígenas y urbanas a través de diferentes preparaciones y bebidas.




1 comentario:

  1. Es un trabajo divulgado por el Boletin Electrónico Somos Sur dirigido por Maria Lohoman

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